El Síndrome de la impostora es un conjunto de signos en el que la persona tiene la
creencia de estar siendo sobrevalorada, por lo que no se cree realmente competente ni
merecedora de reconocimiento. Y sí, aunque también puede darse en hombres, lo
escribo en femenino, ya que se da con mayor frecuencia en mujeres, y en esto
probablemente tengan mucho que ver:
- Las presiones ejercidas en el ámbito laboral, familiar y personal causadas por los roles
de género, habiendo promovido durante décadas la admirada imagen de la
«superwoman», excelente en todos los ámbitos de su vida, y a la vez modesta. - La falta de referentes femeninos.
- El cuestionamiento constante hacia las mujeres en muchas áreas de sus vidas.
- Querer vencer aspectos socioculturales como el techo de cristal y los suelos pegajosos.
Por otro lado, no podemos olvidar que vivimos en una sociedad donde se promueven la
competitividad, el sobreesfuerzo, y la meritocracia, alentadas con mensajes de
positividad tóxica («¡si quieres, puedes!»). Esto nos pueden generar unas elevadas
autoexigencias y unos objetivos poco realistas, y por consiguiente, aumento de la
percepción de los fracasos. Tampoco olvidemos la falsa imagen de éxito que transmiten las redes sociales, la cual no siempre se ajusta a la realidad y puede llegar a provocar mucha frustración.
¿QUÉ CARACTERÍSTICAS TIENE EL SÍNDROME DE LA IMPOSTORA?
- Infravalorar nuestros conocimientos, habilidades y experiencias.
- Atribuir nuestros logros a factores externos (como la suerte, la casualidad, la poca dificultad del logro, afirmar que mucha gente lo consigue, caer bien a la persona que nos supervisa o examina…). Por el contrario, aunque no en todos los casos, se tiende a atribuir los logros de los demás a factores internos (tiene talento, sabe mucho, se lo ha currado, se lo merece…).
- Atribuir nuestros errores y dificultades a factores internos (no tener talento, ser
incompetente, no ser inteligente, no tener la capacidad…). - Minusvalorar el propio trabajo, restándole valor: no creer que lo que hacemos
suponga ninguna dificultad, verlo como una obligación («es mi trabajo»), no atreverse a denominar el trabajo remunerado como una profesión (por ejemplo: llamarse escritora, música, pintora, artista…). - Incomodidad ante los elogios (al no creer merecerlos, o no darles credibilidad al
pensar que los demás nos lo dicen por cortesía). - Temor a que los demás se den cuenta de nuestra incompetencia, y cuando eso ocurra, nos rechacen.
¿QUÉ CONSECUENCIAS TIENE EL SÍNDROME DE LA IMPOSTORA?
- Ansiedad por que descubran nuestra falta de capacidad.
- Culpa por estar «engañando» a los demás, quienes confían en nuestra
competencia. - Inseguridad y disminución de autoestima.
- Perfeccionismo en las tareas, lo cual puede ser en muchas ocasiones
contraproducente o consumir demasiado tiempo. - Autosabotaje, obstaculizando la consecución de metas mediante profecía
autocumplida (realizar una predicción negativa de futuro y cambiar el propio
comportamiento acorde a dicha predicción, llegando a cumplirla y reforzando así el pensamiento inicial). - Sobrepreparación, revisión y repaso excesivo para intentar preveer todos los
errores posibles. - Sobrecarga de objetivos para que los demás no descubran la incompetencia.
- Procrastinación (posponer tareas) ante la ansiedad de hacerlas mal.
- Evitación de situaciones o rechazo de proyectos que den ansiedad (debido a la anticipación de un futuro fracaso).
¿CÓMO REDUCIR EL SÍNDROME DE LA IMPOSTORA?
- Identifica y reconoce tus habilidades, conocimientos, experiencias y logros,
independientemente de si te han implicado mayor o menor dificultad. Tanto si tienes un «talento innato» como si has trabajado mucho en adquirir una
competencia, es digno de reconocimiento. ¿Sabrías hacer una lista de
tooooodo lo que sabes hacer y de tooooodos tus logros? - Toma los fracasos como fuente de aprendizaje. ¡Todo el mundo comete
errores! Y machacarse cuando los cometemos no va a hacer que nos
equivoquemos menos, sólo que tengamos más ansiedad a la hora de actuar.
En lugar de ello, analiza qué ha pasado y aprende de la experiencia. - Revisa algunos conceptos: ¿Qué es para ti «éxito? ¿Tu concepto es realista?
¿Y qué es para ti «fracaso»? ¿Tienes una idea justa de ello? Y, lo que es más
importante… ¿utilizas criterios diferentes para ti y para el resto de personas? Y
si es así… ¿por qué? - Aprende a identificar los momentos en los que te sientes así. Ahora, la próxima
vez que te ocurra, probablemente ya sepas que estás teniendo el «síndrome
de la impostora». Ante estas situaciones analiza la situación de forma justa y
objetiva, y no mediante razonamiento emocional (creer que tus emociones e
intuiciones son pruebas verídicas de realidad). - Acepta y agradece los elogios sin sentirte engreída.
- Aprende a reconocer tus logros y a tener autocompasión cuando no obtienes
los resultados esperados. ¿De qué sirve machacarte? No, en serio, ¿aporta
algo útil? - No te compares, no tiene sentido. Ni somos iguales, ni partimos todos de la
misma línea de salida. Cada persona tiene su camino y su ritmo al recorrerlo. - ¡Cuidado con el perfeccionismo! Si no es flexible ni realista, no es constructivo
ni útil, y consume mucho tiempo innecesario. - No reduzcas tu valor personal a tu productividad.
- Comparte tus inseguridades con las personas de tu entorno. ¡Muchas veces al
verbalizarlas pierden su poder!
Te mando un fuerte abrazo.